sábado, 7 de febrero de 2015

MANOLÍTO, POR SIEMPRE, UN NIÑO.



Llovía muy fuerte y Manolito con su rostro pegado a la ventana
miraba como las gotas de lluvia se deslizaban por la ventana...
Debía ir al colegio pero las clases se había suspendido porque la 
escuela se goteaba por todos lados y así no podían hacer las clases. 
El agua hervía en una estufa vieja en la humilde casita donde habitaba 
él y su adorada abuelita.
_Manolito hijo, ven a desayunar, dijo doña Juanita, una anciana de casi 
80 años.
_Ya voy mamita respondió el niño. Se giró de inmediato y se dirigió donde 
estaba su abuela, la que le esperaba con una taza de café de trigo caliente 
y un pan tostado en el bracero. No tenían nada para ponerle al pan, pero 
eso al niño no le importaba ya que su felicidad era esta junto a su abuelita 
y vivir allí en una casita tan pobre de campo, pero donde existía muchísimo 
amor.

Manolito, había sido criado por su abuela la que siempre le contó una historia 
de su vida muy distinta a la realidad, ya que no soportaba que su niño se 
pusiera triste. Para él, su padre trabajaba de maquinista en un tren, y como 
era el único que sabia manejar esa maquina, no podía ir a verlo, tan solo 
le mandaba el dinero suficiente para que él jamás pasara hambre. Por eso 
el muchacho acostumbraba a salir de la casa por las tardes y subirse a la 
piedra más alta que encontraba y de donde lograba ver cuando el tren pasaba, 
 decía con ojitos cristalinos y casi a punto de llorar; 
"Papito cuando me vendrás a ver, papito, te quiero mucho mucho" 
y después de decir esas palabras, se bajaba de la piedra y corría como un ángel
al que le crecían alas y volaba  hasta su casa 
De su madre poco le contaban
ya que ni siquiera tenia un recuerdo, porque al darlo a luz 
ella había fallecido;  Fue su padre junto a su abuela quienes lo criaron, hasta 
que también el padre falleció cuando él tan solo tenía tres añítos.

Las clases seguían suspendidas y el niño no salía de casa por la lluvia. 
Día jueves, amaneció la abuela enferma y el niño sin saber que hacer le 
calentó agua para que bebiera al menos un poco de té, pero la anciana 
no tenia fuerzas ni siquiera para echarse un bocado a la boca.

_¡Mamita, levántate por favor!, no me gusta verte así acostada
le decía Manolito. 
Ni por más que el niño suplicaba a su abuela que se 
levantara ella no podía hacerlo porque no tenia fuerzas, con sus manos 
ásperas y arrugadas acariciaba al pequeño que no se separaba de su lado. 
Inclinado al borde de la cama vigilaba a su abuela como presintiendo 
algo malo, la anciana con muchísima ternura pasaba sus dedos por el 
cabello del niño y le decía que no llorara, al ver que su Manolito
era un mar de lagrimas, que él era un hombrecito 
valiente y que no debía tener miedo de nada.
Pasó la noche, y la anciana no durmió nada,  el niño, durmió muy poco
ya que no se despegó del lado de su abuela en toda la noche, 
y con la tos y por los ahogos que la anciana tenía, 
le fue casi imposible pegar un ojo.
De pronto la anciana con vos casi imperceptible habló al niño y le dijo: 

_Manolito, hijo, ¿puedes ir donde doña Flor a pedirle que venga?
dile que la necesito, ¡te lo ruego mi niño!
_Bueno mamita.-  respondió el niño que se alistó para salir de inmediato.

Doña Flor era la vecina más cercana que tenían, su casa
se encontraba distante mas de tres kilómetros, pero en el
campo, donde hay quebradas y cerros y además llueve sin
parar, el camino se hace aún más extenso...
El niño después de cerciorarse que su abuelita quedó bien tapada, 
cerró la puerta tras él y comenzó a correr desde ahí mismo. 
Subía  y bajaba cuestas, y mientras corría, lloraba y rogaba al cielo 
por su abuelita para que cuando él regresara estuviera mejor... 
Ya en casa de la señora Flor, golpeo y golpeo y nadie le abría, de
pronto sintió que el pestillo de la puerta se abría;  Apareció 
una mujer cincuentona con bastante maquillaje y 
una bata con flores rojas, verdes y azules,  muy llamativa.

_Que quieres niño.- preguntó.
_Soy Manolo, el nieto de la señora Juanita, ella me pidió que viniera 
donde usted porque se siente muy mal, desde ayer que no se levanta ni 
come nada. ¡Señora se lo ruego, valla a ver que tiene mi abuelita por favor!
Rogó el niño.
_Pasa niño, debo despedir a unas visitas y luego te acompaño
dijo la mujer, al ver la desesperada petición que le hacía el muchacho.

Hizo pasar al niño, el lugar apestaba a licor, en unas mesas 
habían unos vasos con resto de vino y unos hombres que casi
no se mantenían en pie. Uno de ellos le hizo una pregunta a la mujer la 
que le contestó sin darse cuenta no muy bajito, por eso el niño oyó 
lo que ella le contestó al hombre.

_Es el nieto de doña Juanita, la que vive detrás del cerro, al que se le murieron 
sus padres y ella tubo que criar.
Al rato llegó denuevo la mujer donde el niño, traía un pan con un trozo 
de cecina en su interior y le dijo.
_Cometelo niño, te ves hambriento.
Manolito le recibió el pan pero no se lo comió, lo guardó bajo su mantita 
la que estaba muy mojada, era la mantita de castilla que su abuelita 
le regalo en su cumpleaños, y la que él adoraba.
Pasadas casi dos horas de haber llegado a la casa de la mujer
esta le dijo
_¡Ya chiquillo, podemos irnos!, les acompañó uno de los hombres que 
estaban  allí,  el cual tenia una carreta que les serviría para esas subidas 
tan cansadoras.
Habían transcurrido mas de tres horas desde que salio de su
casa, horas que para el pequeño le resultaron eternas.
Cuando llegaron a la casa el niño bajó lo más a prisa que pudo
de la carreta y corrió hacia dentro;  Entró y se fue directo donde
se encontraba su abuelita.

_Ya mamita, aquí está doña Flor-  dijo el niño.

La mujer se acercó a la anciana, la que casi no hablaba, el niño
sujetando la mano de su abuela, no se separaba de ella... la
abuela le dijo a la mujer.

_Doña Flor, le encargo a mi Manolito, por favor no me lo deje
solo, usted sabe que es un buen niño, jamás da que hacer
es muy obediente y trabajador, no será una carga para usted
le servirá de ayuda en su negocio, si lo desea, además usted
y yo ya habíamos hablado de esto antes por si sucedía algo.

El niño se abrazó de su abuela, y le preguntó porque estaba diciendo eso, 
a lo que la anciana respondió.

_Hijo, yo estoy muy vieja y cansada, creo que debo descansar
un poco, tú te quedaras con la señora Flor, ella cuidara de ti
así como lo e hecho yo hasta ahora.

El niño interrumpió a la anciana y no la dejó seguir.

_¡No abuela! ¡Tú no me puedes dejar con nadie más, yo te quiero a ti!, 
a ti y solo a ti a mi lado para siempre, siempre estaremos juntos, 
nada nos separará.

Se abrazó de la anciana, llorando desconsoladamente, mientras
su abuela, le acariciaba el rostro; Entre tos y ahogos que tenía,
le dijo.

_Hijo, te amo mucho, eso tú lo sabes, eres el tesoro más grande que tiene
la abuela, y no quiero verte llorar más, quiero que seas feliz.
Yo, me tengo que marchar, la Juanita está vieja y debe descansar.

Besó la frente y el rostro del pequeño Manolito, mientras sus
viejas y arrugadas manos fueron soltando de a poco las pequeñas manos 
de su amado Manolito. 
El niño le suplicaba que no lo dejara, apretaba con más fuerzas 
el cuerpo de la anciana que ya había partido, con la intención de hacerla 
volver a abrir los ojos.

_ ¡No te duermas  mamita! ¡No te duermas!, prometo
desde hoy que nunca te desobedeceré, haré lo que me pidas sin rezongar, 
pero, ¡Por favor no te duermas! - 
apretó el cuerpo de la anciana,  pero esta ya había partido. 

La mujer y el hombre que estaban ahí,  trataron de hacer que se soltara de ella, 
pero los intentos fueron infructuosos. 
Sin poder lograr que el niño se despegara de su abuela, decidieron ir por ayuda. 
Al día siguiente llegaron con más vecinos y unos paramedicos que debían 
retirar el cuerpo de la anciana. Manolito, estaba allí, abrazando aún el cuerpo 
de su abuela que ya estaba tieso y muy frió. Entre varios lograron hacer  que se 
soltara de ella, y cuando lo hizo, mientras todos lo llamaban; 
Salio corriendo, convertido nuevamente en un ángel  que parecía volar, 
hecho un mar de lagrimas. Corrió y corrió hasta perderse  
en la espesura del bosque, donde nadie lo pudo encontrar.

Años más tarde...

¡MANOLO!  ¡MANOLO!... Ya es hora de que te entres, está comenzando a llover. 
(Le dijo un hombre vestido de blanco)
A Manolo le gustaba salir al patio en los días de lluvia y mientras sus lagrimas se 
confundían con el agua que caía del cielo, se subía a una piedra grande 
que había en el patio del hospital  y con su rostro empapado de llanto, 
siempre repetía lo mismo...

_¡PAPITO! ¡CUANDO VENDRÁS A VERME!
_¡ABUELITA!  ¡NO ME DEJES SOLITO!

Mónica.
Ruth Muñoz Rodriguez.
Derechos de autor.
Chile.

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