acostó hacían más de veinte años, el que aún compartía
su cama, nívea de pensamientos pecaminosos.
Se levantó y trató de hacer el menos ruido posible para no
despertara quién estaba roncando aún, a pesar de que ya
eran las nueve de la mañana. Con sigilo se escurrió hasta
el baño, allí en un espejo grande donde podía mirarse de
cuerpo entero, se observó exhaustivamente, los minutos
pasaron, y contando una a una las arrugas que veía en su
rostro, los minutos se transformaron en horas.
Fue tan corta su juventud, tan poco lo que vivió y ya a los
veintiún años cargaba en brazos a un hijo, sin poder ni querer
escaparse de la responsabilidad que esto le acarreaba.
Entre lavar ropa, cocinar, limpiar, ordenar, convertirse en
doctora, psicóloga y profesora sin haber estudiado para eso,
las horas pasaron, los días se le escaparon y los años se le
acumularon.
Sonrió, y una gruesa lágrima rodó por sus mejillas, su tierno
corazón de niña sintió que era aplastado por el peso de muchos
años, se constriñó, intentó tragar su saliva pero esta se le atascó
en su delgado y arrugado cuello, volvió a sonreír y nuevamente
una lágrima rodó por su mejilla, volvió a sonreír, y lo volvió a hacer
una y otra vez, ahora no sonreía, a ese punto reía, y con su risa
despertó al hombre que roncaba, a sus hijos, jóvenes sanos y
llenos de energía, los que corrieron hasta donde se encontraba
ella y asombrados la miraban, su marido en pijama sin saber
bien lo que le ocurría a su mujer, la abrazó fuerte pero
delicadamente, ella, miró a su esposo, miró a sus hijos, a su
alrededor, vio que en cada uno de ellos, había un pedazo de
su corazón, les dijo que los amaba más que a nada en el mundo,
y que a pesar de haberse saltado una etapa de su vida, daba
gracias al cielo por regalarle unos hermosos hijos y a un gran
compañero, que siempre ha sabido valorarla y que la ama con
arrugas y todo incorporadas.
Elevó la vista al cielo y dio gracias a Dios, por la bendición de
tener una familia.
Mónica.
Ruth Mónica Muñoz R.
Derechos de autor
Chile.